LEYENDAS DE SONORA… EL FUEGO DE LOS YAQUIS
- Roberto Quintero
- 9 jun 2023
- 2 Min. de lectura

En tiempos muy antiguos no existía el fuego. Los indios yaquis, los animales terrestres, acuáticos, y aquellos que vuelan, lo desconocían y no podían disfrutar de sus beneficios.
Cierto día, todos los habitantes de los pueblos yaquis, junto con los animales, decidieron efectuar un gran concilio para averiguar por qué no había fuego y para decidir la mejor manera de conseguirlo. Aunque carecían de este necesario elemento, estaban conscientes de su existencia y de que en algún lugar lo podían encontrar. Pensaron que tal vez se hallaba en alguna isla o en un sitio dentro del mar.
En el concilio se acordó que fuera Bobok, el Sapo, el encargado de buscar el fuego, ya que había demostrado una gran habilidad para conseguir la lluvia —como ya nos enteramos en una leyenda anterior—. En seguida, el Correcaminos, el Perro y el Cuervo se ofrecieron a ir con el Sapo y ayudarlo en su búsqueda. Sin embargo, aunque su ayuda era valiosa, ninguno de estos animales era capaz de sumergirse en el agua sin morirse, como lo podía hacer Bobok.
El Dios del Fuego tenía a su elemento muy bien guardado dentro del mar. No permitía que nadie se lo llevara, por lo que lo cuidaba con rayos y centellas. Quien trataba de robar un poco de fuego, moría quemado.
Bobok sabía todo esto, así que, sigilosamente, se metió al agua. Después de nadar un largo trecho y en total silencio, encontró el lugar donde se guardaba el fuego. Para robarlo, se metió un poco en la boca.
Cuando el Dios del Fuego se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, le envió los rayos y las centellas, que hacían mucho ruido y producían muchos destellos. Pero Bobok no se acobardó y continuó su camino, pues sabía que dentro del agua no corría peligro. De repente, y sin que se lo esperara el Sapo, se formaron muchos remolinos en el agua con basura y desperdicios de madera, ¡pero Bobok siguió nadando sin que nada lo detuviera!
En cierto momento, Bobok volteó a su lado y vio que muchos sapos le acompañaban nadando junto a él. Todos cantaban felices y llevaban un pedacito de fuego en la boca.
Eran los hijos de Bobok que le estaban ayudando en su noble tarea y se habían pasado pedazos de fuego unos a otros.
Al poco tiempo, llegaron todos los sapos a la tierra de los yaquis. Ahí ya los estaban esperando Correcaminos, Perro, y Cuervo. A cada uno, Bobok les dio un poco de fuego.
Por desgracia, justo en ese momento el Dios del Fuego los encontró y les envió a los animales sus rayos mortales. Sin embargo, la cantidad de sapos que llegaba con fuego en la boca era impresionante. Entre todos iluminaron el lugar y le pusieron fuego a los árboles y a las rocas.
Desde entonces, los yaquis pueden hacer fuego, pues saben que dentro de las ramas de los árboles se encuentra el necesario para su supervivencia.
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